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“Con las obras infantiles estamos creando el público del ñana”, nos dice Reynaldo Arenas, el experimentado actor que nos espera los fines de semana con Juan sin miedo (C.C. Ricardo Palma, Av. Larco 770, Miraflores) y Los tres chanchitos (Teatro Larco, Av. Larco 1150, Miraflores).
A los cinco años me trajeron del Cusco a Lima. Allí perdí mis raíces pues no aprendí quechua, no me crié con el fervor del cusqueño. Felizmente, a los 25 años regresé al Cusco y fui retomando esas tradiciones. Con la película Túpac Amaru, esto se afianzó pues viajé por todas las provincias cusqueñas”. Reynaldo Arenas, el actor que les ha dado vida a varios de nuestros principales personajes históricos –El Señor de Sipán, Atahualpa, Túpac Amaru, César Vallejo y muchos más–, nos habla de su sentir andino.
Y de grande, ¿no aprendió quechua?
Estoy en eso. Le di preferencia al inglés por mis viajes (ríe).
¿Cómo se hizo actor?
Desde chico. En el colegio cantaba en las actuaciones y compartí carpeta con Fernando Larrañaga Travesí, hijo de Elvira Travesí. Un día me invitaron a hacer de extra en La vida y pasión de Cristo. Mi infancia fue muy bonita pues compartí espacio con un poeta limeño, precoz y grande: Luis Hernández.
¿En serio? Cuénteme eso...
Me crié con él. Mi madre era la doméstica. Viví en su casa desde los nueve hasta los 16 años. Yo era un hijo más en la familia. Lucho me llevaba como seis años. Era un hombre muy versado, muy culto, un políglota; fue mi guía, mi mesías. Juntos hacíamos teatro en la casa. Cuando ingresé a la ENAD se alegró muchísimo. Luego conocí a otro extraordinario hombre, esta vez de teatro: Guillermo Ugarte Chamorro, quien me llevó a Histrión, el grupo de los hermanos Velásquez.
¿Qué representó para su carrera protagonizar el filme Túpac Amaru?
Primero, un gran reto y una gran responsabilidad. Fue mi espaldarazo a nivel internacional. Nos fuimos a festivales en Japón, Rusia, Cuba...
¿Cuánto tiene del personaje de Túpac Amaru?
Mucho. Cuando lo representé, tomé conciencia de mi posición con respecto al arte en el Perú. Hasta entonces era un hombre muy alienado, totalmente inmerso en el rock, en la moda occidental. A partir de entonces empecé a viajar por el Perú, a estudiar instrumentos andinos, a ser el embajador de mi cultura en otros países.
Sé que tiene una hija...
Se llama Taski Accllay, que significa 'Doncella escogida’. Es una brillante cineasta que ha hecho su maestría en Estados Unidos. Se está abriendo campo en Hollywood.
Usted es izquierdista, ¿no?
Totalmente. Un socialista consecuente por convicción y por conciencia.
¿Fue consecuente enviar a su hija a estudiar con el 'enemigo’?
Es que Estados Unidos te da muchas oportunidades...
Las oportunidades del capitalismo...
(Ríe). Ella, a pesar de haber estudiado en EE.UU., es una socialista como yo.
Le creo. El problema es ser capitalista en Cuba...
(Ríe). Cuba es un país hermoso.
Yo no he dicho lo contrario. En el cine, en la tele, usted se ha convertido en el prototipo de la 'choledad’...
Agradezco la oportunidad porque mis rasgos me ayudan, pero me molesta el estereotipo: la gente ve un negro o un cholo y piensa que es un delincuente, un drogadicto o un borracho. Nuestros héroes, excepto Túpac Amaru, son blancos.
¿Cómo ve la gente al cholo Reynaldo Arenas?
Con mucho respeto. Cada día recibo muestras de afecto. Subo a un micro y no me quieren cobrar el pasaje; voy a una panadería, pido cinco panes y me dan diez; voy al mercado a comprar una mano de platos y regreso con el cesto lleno de frutas.
¿Cómo se lleva con sus alumnos?
Aprendo de ellos. La juventud no tiene un blasón, está solo alienada. Por eso, a mis alumnos los obligo a ir al teatro, a leer, a escuchar huainos, marineras, tonderos… basta de rock.
¿Por qué hace teatro?
Porque no solo es entretenimiento: debe educar e informar. Despierta el patriotismo adormecido, el amor a lo bello, el amor al prójimo. Por todos sus beneficios, el teatro y la cultura no deben ser gratuitos.
Autor: Gonzalo Pajares C.