Cuando los gansos salvajes vuelan hacia el sur y los árboles comienzan a tejer una alfombra de hojas secas, todo oso que se respeta sabe que tiene que buscar una cueva cálida donde invernar. Nuestro oso protagonista hace lo propio pero cuando se despierta a la llegada de la primavera se encuentra que donde debía estar su querido bosque se levanta ahora una enorme fábrica.
Pero el oso no deja de salir de su asombro porque apenas pone un pie fuera de lo que fuera su cueva lo aborda un iracundo capataz que le espeta querer hacerse pasar por “un hombre tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles” para no trabajar. La frase se repetirá luego, con la insistencia de quien quiere lavarle el cerebro a alguien, por toda la larga y vertical jerarquía de una organización industrial hasta llegar al presidente. Pero si los humanos no le reconocen a nuestro protagonista su condición de oso, sus congéneres que visitan en el zoológico y en el circo tampoco le hacen ese favor. Y es que el oso se encuentra mal ubicado, en un contexto diferente al suyo que lo desarraiga y le quita toda identidad: si se encuentra en la fábrica debe ser un hombre y si se encuentra entre los hombres, para los otros osos, entonces debe ser un hombre.
Cuando todo el mundo te dice que dos más dos es cinco uno termina por creérselo, y este mecanismo funcionó también para nuestro oso que termina trabajando como un obrero más, o para ser más exactos, como una pieza más en el engranaje de la maquinaria industrial. Finalmente cierran la fábrica, (podría ser perfectamente la gran depresión de los 30), y el debilitado instinto del oso lo encamina nuevamente hacia el bosque pero no tiene la fuerza suficiente como para indicarle que debe procurarse una cueva donde protegerse del frío del invierno. Sin embargo, poco antes de congelarse el oso demuestra que no es “un hombre tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles”, y que tampoco es un oso tonto.
Como toda gran obra este cuento tiene varias aristas e interpretaciones. Podemos ver la necedad de las personas que se manejan con los rígidos patrones que establecen las sociedades que ellos mismos crean, la incapacidad de reconocer al otro en su diferencia, la verticalidad de un sistema que promueve la muerte de la creatividad bajo las armas de lo uniforme, lo preciso y lo puntual, (valores de la sociedad industrial que se exponen también en la película Tiempos Modernos de Chaplin). Finalmente podemos ver en nuestro oso una resistencia pasiva, persistente y profunda de sus instintos básicos y elementales, de aquellos que le permitirían de proteger su identidad y olfatear la felicidad.
Cuando todo el mundo te dice que dos más dos es cinco uno termina por creérselo, y este mecanismo funcionó también para nuestro oso que termina trabajando como un obrero más, o para ser más exactos, como una pieza más en el engranaje de la maquinaria industrial. Finalmente cierran la fábrica, (podría ser perfectamente la gran depresión de los 30), y el debilitado instinto del oso lo encamina nuevamente hacia el bosque pero no tiene la fuerza suficiente como para indicarle que debe procurarse una cueva donde protegerse del frío del invierno. Sin embargo, poco antes de congelarse el oso demuestra que no es “un hombre tonto, sin afeitar y con un abrigo de pieles”, y que tampoco es un oso tonto.
Como toda gran obra este cuento tiene varias aristas e interpretaciones. Podemos ver la necedad de las personas que se manejan con los rígidos patrones que establecen las sociedades que ellos mismos crean, la incapacidad de reconocer al otro en su diferencia, la verticalidad de un sistema que promueve la muerte de la creatividad bajo las armas de lo uniforme, lo preciso y lo puntual, (valores de la sociedad industrial que se exponen también en la película Tiempos Modernos de Chaplin). Finalmente podemos ver en nuestro oso una resistencia pasiva, persistente y profunda de sus instintos básicos y elementales, de aquellos que le permitirían de proteger su identidad y olfatear la felicidad.
Francis Frederick von Taschlein, o Frank Tashlin, (1913 – 1972), como se lo conoce realmente nació en New Jersey, Estados Unidos. Su talento para la ilustración lo sacaría de sus humildes orígenes y lo pondría a trabajar como dibujante de historietas. Luego pasaría a la dirección de cortos animados para la Warner y finalmente trabajaría como guionista y luego como director en películas donde dirigiría a celebridades como Jerry Lewis y Jane Mansfield. Escribió pocos cuentos y en todos ellos se puede sentir esa vocación del autor por ponerse siempre del lado del marginado y de reivindicarlo ante la adversidad del sistema. El cuento que se reseña se ha convertido ya en un clásico de la literatura infantil y debería ser un título imprescindible en toda biblioteca.
Edad: A partir de 5 años.
Título: El Oso que no lo era
Editorial: Alfaguara
Autor: Frank Tashlin
Librerías: El Virrey, El Crisol.
Precio: S/. 24.