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Nace en 1953, escritor venezolano, autor de 44 libros publicados y 18 inéditos, gran parte de ellos para niños y jóvenes. Ha obtenido 16 premios literarios, 3 de ellos internacionales: el de la Casa de las Américas (La Habana, Cuba, 1979); Diploma de Honor IBBY (Basilea, Suiza, 1996) –ambos con la obra Evitarle malos pasos a la gente–, y la Bienal Latinoamericana “Canta Pirulero” (Valencia, Venezuela, 1998), esta última con el libro Teresa. A nivel nacional se ha hecho acreedor a 13 premios; entre ellos, la Bienal de Literatura “Mariano Picón Salas”, en dos oportunidades: la primera, en la mención Narrativa “Salvador Garmendia”, obtenida con la novela La comedia urbana– (2001), y la segunda en la mención Crónica (2005), recibida por el libroFuneral para una mosca. Además, ha recibido 24 menciones en diversos concursos de narrativa, divulgación científica y fotografía. También es periodista, promotor cultural, conferencista y guionista de radio. Ha dictado más de 1.500 charlas y conferencias, y varias decenas de cursos y talleres sobre literatura en general, creación literaria (narrativa), redacción, elaboración de textos de divulgación científica, creatividad, crecimiento personal y espiritual, valores, lectura en voz alta y novela policíaca contemporánea, en instituciones como la Universidad Simón Bolívar, la Universidad Central de Venezuela, la Biblioteca Nacional, el Ateneo de Caracas, el Ateneo de Valencia, el Instituto Pedagógico de Caracas, el Consejo Nacional de la Cultura, el Ministerio de la Juventud, la Fundación Centro para el Mejoramiento de la Enseñanza de la Ciencia (Cenamec), Monte Ávila Editores, Editorial Santillana y el Metro de Caracas, entre otras.
Reflexión sobre la lectura y la literatura
Pienso que la lectura es la actividad más importante que hace el hombre, después de todas las que permiten su supervivencia. No es más importante que respirar, comer, ingerir líquidos, dormir o amar, porque sin estas acciones la vida es imposible, pero sí está por encima de todas las demás. La principal característica humana es el uso de la inteligencia que el hombre posee. Pero este uso, sin la reflexión, sólo conduce al caos, al exterminio de las restantes formas de vida animal y vegetal, al suicidio a largo plazo como especie.
El hombre, por sí solo, sin duda es capaz de reflexionar. Sin embargo, la lectura –por lo que tiene de reservorio de experiencias, de archivo de logros y fracasos, de centro de acopio de ideas y de almacén de fantasías–, constituye el recurso perfecto para estimular la reflexión. Leer, ya se ha dicho, nos pone en contacto con las mentes más lúcidas y las ideas más importantes de la humanidad. Leer nos hace co-creadores, dado que el autor propone el 50% del texto y nosotros completamos, en nuestra mente, el 50% restante. De allí que leer no es un monólogo sino un diálogo. Un diálogo enormemente feraz, gracias al cual la humanidad alcanza su cota más elevada.
Considero a la literatura el arte más completo. Cuando leemos, nuestra imaginación se comporta como una pantalla virtual multisensorial, mediante la cual evocamos recuerdos, sensaciones, ideas, reflexiones e imágenes de ficción, apelando a todos los sentidos. Una sinfonía puede inspirarse en una obra literaria e igual una danza. Pero su desempeño se basa sobre uno, dos o tres sentidos: el oído, si sólo la escuchamos; el oído y la vista si asistimos a un concierto o la vista, el oído y el tacto si bailamos. En este último caso, es posible que participe también el olfato, pero nunca se cubre toda la gama sensorial. Igual ocurre con la pintura, la escultura, la fotografía o el cine, entre otros.
Por otra parte, para mí, hacer literatura es participar del mismo oficio gracias al cual tenemos existencia, el de creador. En tal sentido, considero que la actividad que realizo es, en el fondo, una actividad profundamente mística.
Obras recomendadas
Ha habido muchos. Distintos en cada etapa de mi vida y de mi formación literaria. Sin embargo, reconozco que algunos han influido más en mí que otros. Enumero los que vienen a mi memoria:
- Cuentos de Julio Cortázar. El momento estelar de mi vida como lector y escritor fue la tarde en que leí “La noche boca arriba”. Tenía entonces 23 años. Este cuento me abrió camino en la literatura, al mostrarme que cualquier cosa que imaginara –siempre y cuando tuviera su lógica intrínseca y no atentara contra las leyes físicas (o lo hiciera, pero tomándolas en cuenta)–, tenía cabida en un texto literario. Debo explicar que, antes de leer este cuento, había escrito varios centenares de malos poemas y casi de dos decenas y media de cuentos (me inicié en la escritura a los 11 años), pero desde hacía tiempo que tenía la asfixiante sensación de topar con un techo, a la manera de la niña Alicia, al hallarse en una casa del País de las Maravillas.
- Las columnas de Cyborg de Julio Coll. Este hoy olvidado libro de ciencia ficción, aparecido en los años 70 y realizado por un autor español, me mostró que podía escribir textos ingeniosos, sin necesidad de cubrir grandes extensiones de texto. Con él aprendí a valorar esa brevedad propia de mis textos que entonces consideraba producto de la pereza.
- Rajatabla de Luis Britto García. Otro libro que me impactó por la brevedad de sus textos y el ingenio manifestado en ellos.
- La muerte viaja a caballo de Ednodio Quintero. Aquí confirmé que varias decenas de textos que había elaborado desde 1972, sin conciencia de que elaboraba minicuentos o minificciones, tenían carácter literario.
- El osario de Dios de Alfredo Armas Alfonso. Más que la lectura de este libro, el tener a este escritor como maestro ha sido una de las mayores bendiciones en mi vida. Al libro lo leí tarde, cuando ya había elaborado más de 150 minicuentos y conocía a su autor, pero el trato con Armas Alfonso fue determinante y fundamental en mi existencia como ser humano y como profesional de la escritura. Con él empecé a valorar la intromisión de la realidad en los textos ficticios y la de la ficción en la realidad.
- Crónicas marcianas de Ray Bradbury. En diversas ocasiones he afirmado que, si tuviera que salvar un libro en un naufragio, salvaría éste. La forma tan precisa de mostrar cómo un imperio coloniza una nación –en este caso, a un planeta–, y cómo ese mismo imperio se hunde al hundirse el colonizado lo convierten en un retrato exacto de la historia universal.
- Ficciones de Jorge Luís Borges. Estos cuentos, especialmente, el titulado “Las ruinas circulares” me confirmaron en mi gusto por la ficción. Lo considero una de las cumbres de la literatura universal.
- Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez. La lectura de diversos textos de García Márquez me marcó como periodista y como hacedor de ficción. Esta novela, especialmente, me hizo descubrir cómo construir una ficción sin fisuras. Leer los reportajes de Gabo me enseñó más periodismo que cinco años en la Escuela de Comunicación Social.
- Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig. Zweig es mi otro maestro periodístico. Su uso de la historia, como si relatase una ficción, me marcó profundamente. Especialmente, los textos referidos a la creación de la Marsellesa, la composición por Haendel de su Mesías y el instante en que Vasco Núñez de Balboa se convierte en el primer europeo que ve el océano Pacífico, en la actual Panamá, los considero obras fundamentales en mi formación personal y profesional.
- Vidas imaginarias de Marcel Schwob. También esta obra influyó en mi quehacer periodístico y literario. Sus biografías ficticias de personajes reales me han influido mucho más de lo que suelo admitir.
- Entre los libros que más me han gustado últimamente, me ha llamado mucho la atención una novela breve del escritor israelí Amos Oz: La bicicleta de Sumji. Estimo que es una verdadera obra maestra destinada a niños y jóvenes. Leí también y con gran gusto un libro de crónicas de Mía Couto, un escritor y periodista de Mozambique, al que considero un narrador estupendo. El título: Cronicando. El sudafricano J. M. Coetzée ha sido también un hallazgo para mí, igual que el turco Orhan Pamuk. Ambos ganadores del Premio Nóbel me han deslumbrado con su narrativa. El primero con Desgracia y Vida y época de Michael K y el segundo con Estambul y Me llamo Rojo. Me han parecido obras notables tres novelas que he leído del húngaro Sándor Marai: El último encuentro, La herencia de Eszter y La amante de Bolzano. Me gustó mucho el libro de crónicas Error humano, del estadounidense Chuck Palahniuk (de quien leí y disfruté su formidable novela Nana) y leí en un poco más de un mes las cinco novelas de la saga del Capitán Alatriste, del español Arturo Pérez Reverte. De este mismo autor, leí un agrupamiento de sus crónicas y artículos de prensa titulado Con ánimo de ofender, que me gustó bastante. Igualmente disfruté dos novelas del argentino Federico Andahasi: El anatomista y El secreto de los flamencos. Me pareció una buena novela para jóvenes la del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez: Nueve mil kilómetros y tu abrazo. Hace poco, releí Historia de una gaviota y Del gato que le enseñó a volar, del chileno Luís Sepúlveda, y me siguió pareciendo una notable novela para jóvenes. La sentí tan fresca como la primera vez.Me llamó la atención y me parece que augura grandes cosas la novela Todos se van, de la escritora cubana Wendy Guerra, a quien conocí en Cuba cuando era apenas una niña y ya hacía muy buenos cuentos.
- Por último, quiero referirme a la mejor novela que he leído últimamente: El corazón de Voltaire, del puertorriqueño Luis López Nieves. Una exquisita e ingeniosa obra que mezcla la historia, el suspenso policial y el humor en dosis finísimas que hacen que el lector disfrute el recorrido de punta a puntaFUENTE.http://www.ciudadseva.com/obra/2007/02/15feb07/15feb07.htm