Al derrumbarse la Unión Soviética y abrirse los archivos de esa ex potencia, pudimos enterarnos más acerca de la terrible ejecución de 24 intelectuales y personalidades judías, que descabezó de un golpe al liderazgo comunitario local y selló el destino de la cultura judía en ese país. Un crimen de cuyas consecuencias todavía sufrimos. Esta semana se cumplen 50 años.
El 12 de agosto de 1952 fueron ajusticiados en Moscú 24 escritores, críticos literarios y dirigentes judíos, acusados de complotar para separar a la península de Crimea de la Unión Soviética y crear allí una república nacional judía "burguesa y sionista". La acusación agregaba además los delitos de "traición" , "hostilidad al Partido Comunista" y "hostilidad a la URSS".
Esta sangrienta patraña tiene una curiosa historia. Hubo en distintos momentos, en las primeras décadas de la Unión Soviética, proyectos para establecer a los judíos en Crimea. En 1926 había poco menos de 40.000 judíos en Crimea, aproximadamente el 6% de la población. En 1922, 1924 y 1925 el "Hejalutz" estableció hajsharot, granjas de preparación agrícola con miras a la emigración a Palestina en la zona de Dzankoi y en 1924 el gobierno soviético inició un proyecto en gran escala de colonización judía en la zona con apoyo de la organización judeo-norteamericana Joint. Sin embargo, cuando se evidenció a comienzos de la década del '30 que las tierras disponibles no eran adecuadas para la colonización, los esfuerzos del gobierno para establecer una colonia de judíos se concentraron en Birobidyán. Pese a ello a comienzos de la década del '30 había más de 5.000 familias judías establecidas en Crimea, entre ellos una comuna de ex-integrantes del Gdud Avodá que habían vuelto de Palestina.
Hacia 1938, había 86 koljozes (comunas agrícolas soviéticas) judíos en Crimea que cultivaban un área de 158.850 hectáreas y tenían una población de 20.000 almas. Con la ocupación nazi, todas las colonias judías fueron aniquiladas. El 16 de abril de 1942, Crimea fue declarada Judenrein, o sea libre de judíos. En febrero de 1944 los líderes del Comité Judío Antifascista, creado por el régimen soviético para obtener el apoyo de los judíos de Occidente para el esfuerzo bélico ruso, enviaron una carta a Stalin y a Molotov solicitando la creación de una república judía en Crimea. En ese momento la carta no provocó reacciones negativas, pero años más tarde sería utilizada como arma para montar el "Affaire de Crimea" que fue el pretexto utilizado por el liderazgo soviético para aniquilar a la élite dirigente de la cultura judía en la URSS.
Gracias a la apertura de los archivos del Partido Comunista luego del desmembramiento de la Unión Soviética en 1991 hoy sabemos mucho más de lo que sabíamos sobre esta trágica historia en los años de la Guerra Fría.
Un investigador, Gennadii Kostrychenco, en un libro sobre la última década de Stalin, publicado en 1994, cuenta con bastante detalle el proceso que llevó al juzgamiento secreto y a la muerte de los escritores.
GOLPE MORTAL
Ni bien terminó la Segunda Guerra, Stalin llegó a la conclusión de que no necesitaba más estructuras de propaganda dirigidas a Occidente, por lo que alentó una purga anti-judía en los servicios soviéticos de información. Durante los años 1946-1948 hubo repetidos intentos, procedentes fundamentalmente del aparato del Comité Central del Partido, de poner fin a la existencia del Comité Judío Antifascista. El iniciador de las críticas contra el Comité fue Mijael Suslov, quien pronto se convirtió en un "experto en asuntos judíos". Suslov bombardeó a Stalin y a otros líderes soviéticos de primera línea con memorandos acusatorios contra el Comité Judío Antifascista y la cultura judía soviética. Una línea similar fue adoptada por el Ministerio de Seguridad del Estado (MGB). Durante el invierno de 1947-1948 hubo una serie de interrogatorios y arrestos destinados a "desenmascarar" las intenciones traicioneras del Comité Judío Antifascista, pero el mundo exterior sólo se enteró de que algo no iba bien para los judíos en la Unión Soviética, cuando en enero de 1948, un accidente automovilístico (que hoy sabemos fue un asesinato perpetrado por la KGB) puso fin a la vida de Salomon Mijoels, el brillante actor y director del Teatro Judío de Arte de Moscú. El crimen fue ocultado y Mijoels fue sepultado con todos los honores. Al liquidarlo, Stalin y su entorno, lograban un doble objetivo: sacaban de en medio a un líder potencial del judaísmo soviético, ya que Mijoels se había convertido en un incansable luchador por los derechos de los judíos desde su cargo de Presidente del Comité Judío Antifascista y, al mismo tiempo, daban un golpe mortal a la cultura judía. Kostrychenco cuenta cómo la propaganda antisemita oficial (que utilizaba el eufemismo "cosmopolitas") así como la acción represiva antijudía eran reforzadas con denuncias y con un "apoyo de las masas" presuntamente espontáneo. El autor asimismo confirma que Stalin personalmente estuvo involucrado en la campaña y recibía informes regulares acerca de acciones contra la cultura judía y los judíos soviéticos. La campaña no se limitó a activistas o escritores. En marzo de 1949 fueron despedidos varios periodistas judíos en Pravda y pronto la purga se extendió a otros medios. Algunos de los despedidos fueron arrestados. Asimismo fueron expulsados de sus cargos judíos que trabajaban en oficinas de censura. Las persecuciones también llegaron a las universidades y a los medios académicos. Una de las campañas más venenosas fue dirigida contra el historiador Israel Mints, quien ocupaba varios cargos influyentes. Numerosos judíos en las universidades de Moscú y Leningrado fueron duramente atacados y muchos terminaron en la cárcel o en el gulag. Las autoridades que llevaban un registro riguroso del origen de los académicos, descubrieron que había 350 especialistas judíos en marxismo-leninismo en relación a 720 rusos y 318 de todas las demás nacionalidades combinadas. Los judíos no sólo perdieron sus posiciones y sufrieron persecuciones. Sus cargos fueron ocupados por quienes los denunciaban. Una de las estrellas ascendentes en el campo ideológico en ese momento fue Dimitri Chesnokov, un furibundo antisemita que fue designado editor jefe de la influyente publicación Voprosy Filosofii. En los últimos meses de vida de Stalin, Chesnokov se convirtió en miembro del Presidium del Comité Central y editor jefe de Kommunist. La culminación de todo este proceso se produjo el 12 de agosto de 1952. La cultura judía en la Unión Soviética perdió ese día a sus representantes más brillantes: David Bergelson, Peretz Markish, Itzik Fefer, Dovid Hofstein, y Leib Kvitko. Ya antes habían perecido, también en circunstancias trágicas Izi Kharik, Moishe Kulbak, Der Nister e Isaac Babel. Nos es imposible calibrar hoy todas las dimensiones de esta pérdida. Es evidente que constituyó un golpe de muerte para la rica literatura ídish que había surgido un siglo antes en la misma Rusia. También es evidente que la "campaña anti-cosmopolita" entre 1948 y 1953 que culminó con la muerte de los escritores y meses después con el proceso a los médicos, ha definido de manera inequívoca para la historia el carácter mortalmente antisemita del régimen stalinista en la Unión Soviética. En un momento álgido de recrudecimiento del antisemitismo en el mundo como el actual, este aniversario no constituye tan sólo la recordación de una fecha luctuosa en la historia judía del siglo XX. Es un llamado de alerta, que nos obliga a ver la compleja y cambiante realidad del mundo con los ojos bien abiertos. Por: Egon Friedler
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