El terrorismo en el Perú dejó un saldo de casi setenta mil víctimas, entre muertos y desaparecidos, durante los veinte años que duró esta guerra. En La cuarta espada, Santiago Roncagliolo rastrea el origen y las consecuencias de esa barbarie a través de un acercamiento a la biografía de Abimael Guzmán, tarea titánica porque quien fuera líder de Sendero Luminoso, el mayor grupo terrorista del Perú, no solo pasa sus días en la cárcel más segura del mundo, como se describe al inicio del libro, sino que también construyó unas barricadas de terror que parecen infranqueables cuando el periodismo busca a sus familiares y personas que fueron cercanas a él.
La cuarta espada no pretende ser una biografía total porque su autor reconoce las dificultades del proyecto, a veces de manera acertada revelando las taras de los políticos y el temor que aún existe del gobierno peruano hacia la figura de Guzmán, y otras como simples justificaciones que no hacían falta. Roncagliolo empieza investigando en la niñez de su personaje, un “hijo natural” abandonado a los ocho años y luego acogido en el hogar de su padre gracias a la caridad de su madrastra chilena, versión extraída de la novela En mi noche sin fortuna, escrita por Gladys Susana Guzmán, hermanastra del líder terrorista. El despertar sexual, sus aficiones literarias y las diferencias de clase que le impiden cortejar a la hija única de una pareja de profesores escolares, son tres temas que ayudan a reconstruir la adolescencia de un Guzmán que solo enfrenta frustraciones y se refugia en los libros, “una buena patria para los que son de ninguna parte”. La otra fuente para indagar en aquellos años es otro hermanastro de Guzmán, un abogado para quien en el Perú “lo único que ha fracasado es lo que usted llama democracia. Para no verlo hay que ser fanático”. La escena corresponde a uno de los momentos en los cuales Roncagliolo se convierte también en protagonista del libro, porque este libro es también la crónica personal de un joven que regresa a su país y trata de comprender lo incomprensible: los absurdos ideológicos y las fantasías doctrinarias que sustentaban el terror. Basta con leer la respuesta del ex diputado comunista Gustavo Espinoza cuando se le pregunta sobre la autoría senderista de los atentados y otros crímenes:
“Algunas cosas habrán hecho. Pero sobre todo, han sido artificialmente creados por la propaganda. Muchos atentados eran dirigidos por el ejército o la policía, a veces los mismos policías, por robar, se disfrazaban de subversivos”.
No miente Espinoza en su última frase, pero al negar lo innegable en la primera parte de su respuesta, da pie a que cualquier lector se pregunte cuál fue la verdadera posición de la izquierda peruana y de los intelectuales respecto a Sendero Luminoso. Recordar que Guzmán fue profesor universitario como los miembros de la cúpula senderista. Roncagliolo resalta esta etapa, que ayuda a entender cómo los terroristas suman seguidores a su causa.
La cuarta espada no pretende ser una biografía total porque su autor reconoce las dificultades del proyecto, a veces de manera acertada revelando las taras de los políticos y el temor que aún existe del gobierno peruano hacia la figura de Guzmán, y otras como simples justificaciones que no hacían falta. Roncagliolo empieza investigando en la niñez de su personaje, un “hijo natural” abandonado a los ocho años y luego acogido en el hogar de su padre gracias a la caridad de su madrastra chilena, versión extraída de la novela En mi noche sin fortuna, escrita por Gladys Susana Guzmán, hermanastra del líder terrorista. El despertar sexual, sus aficiones literarias y las diferencias de clase que le impiden cortejar a la hija única de una pareja de profesores escolares, son tres temas que ayudan a reconstruir la adolescencia de un Guzmán que solo enfrenta frustraciones y se refugia en los libros, “una buena patria para los que son de ninguna parte”. La otra fuente para indagar en aquellos años es otro hermanastro de Guzmán, un abogado para quien en el Perú “lo único que ha fracasado es lo que usted llama democracia. Para no verlo hay que ser fanático”. La escena corresponde a uno de los momentos en los cuales Roncagliolo se convierte también en protagonista del libro, porque este libro es también la crónica personal de un joven que regresa a su país y trata de comprender lo incomprensible: los absurdos ideológicos y las fantasías doctrinarias que sustentaban el terror. Basta con leer la respuesta del ex diputado comunista Gustavo Espinoza cuando se le pregunta sobre la autoría senderista de los atentados y otros crímenes:
“Algunas cosas habrán hecho. Pero sobre todo, han sido artificialmente creados por la propaganda. Muchos atentados eran dirigidos por el ejército o la policía, a veces los mismos policías, por robar, se disfrazaban de subversivos”.
No miente Espinoza en su última frase, pero al negar lo innegable en la primera parte de su respuesta, da pie a que cualquier lector se pregunte cuál fue la verdadera posición de la izquierda peruana y de los intelectuales respecto a Sendero Luminoso. Recordar que Guzmán fue profesor universitario como los miembros de la cúpula senderista. Roncagliolo resalta esta etapa, que ayuda a entender cómo los terroristas suman seguidores a su causa.
La lectura fluye sin problemas no sólo gracias a una prosa directa y a la precisión de los detalles, que van armando el rompecabezas de un fanático comunista, sino también porque las ideas están expuestas de manera clara. Cada capítulo se centra en los momentos más importantes y decisivos en la vida de Guzmán, respetando su cronología, y sin perder de vista la intención principal: la reconstrucción de un hombre maniatado por el odio y la intransigencia, un intolerante y un radical que tras cada derrota o error de su grupo terrorista se vuelve más radical, recrudece. Y mientras se relata el crecimiento del terrorismo, somos testigos de la gran confusión que cunde en el gobierno peruano. “Así, el presidente Belaúnde sospechaba que los senderistas habían sido entrenados en Cuba. El diputado conservador Celso Sotomarino declaraba que ‘el terrorismo tiene su origen en un portaviones anclado en el Caribe’. El senador de izquierda Javier Díez Canseco opinaba que ‘la última oleada de acciones tiene un nítido sello de derecha’. El ministro del Interior admitía estar mal informado, y su entorno culpaba de ello a las rencillas internas entre las instituciones policiales”. Caos total, casi el guión para una viñeta política. La ignorancia de las autoridades facilitó el avance de Sendero Luminoso. Parece que Guzmán tiene todo a su favor para que su plan triunfe, pero su radicalismo ilegitima a Sendero Luminoso frente a los campesinos, su base de apoyo en el campo, quienes a su vez sufren los abusos de la policía y los militares, convirtiéndose en el grupo social más desprotegido de aquellos años.
Guzmán nunca recapacita sobre sus errores, porque “para Guzmán, el marxismo es “ciencia y, a su vez, una ideología”, es decir, una verdad trascendental. Este tipo de marxista realiza el mismo proceso racional que un teólogo. Dispone de argumentos racionales, pero en lo fundamental, lo suyo es un acto de fe”.
Este es el relato de cómo el radicalismo de Guzmán se convierte en una bola de nieve que arrastra todo a su paso. Los senderistas empiezan matando sólo a ciertos personajes y luego pasan a las matanzas indiscriminadas, estrategia que copian los militares, como si fuera una competencia por el título al más salvaje. Hacia el final del libro, Roncagliolo logra asomarse por un instante al lado humano, si cabe la frase, de las mujeres terroristas, Elena Iparraguirre entre ellas. Iparraguirre fue la segunda mujer de Abimael Guzmán tras la muerte de Augusta La Torre, una muerte ya no tan misteriosa, que sirve para adentrarse en las extrañas relaciones afectivas (si cabe la frase, otra vez) del líder senderista. Esta última parte deja la sensación de una tarea cumplida.
Pero recuerden los lectores lo siguiente, siempre: “En el Perú, los gobernantes nunca han entendido el poder de la educación. Como es abstracta, invisible, siempre la han despreciado. Pero algún día, alguien tendrá que explicar por qué el grupo más sanguinario de nuestra historia estuvo dirigido por maestros”. ~
Sergio Galarza
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