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martes, 20 de septiembre de 2011

ENTREVISTA A ENRIQUE ROSAS PARAVICINO

Enrique Rosas Paravicino


Por: Niko Velita

El gran señor es una novela que ha abordado la temática de la violencia política. Casi toda la historia se desarrolla en un santuario, en un ambiente religioso. Unos subversivos se infiltran ahí. El objetivo es aniquilar a sus enemigos y pasar desapercibidos bajo el disfraz de pabluchas y las explosiones de los cohetes. Sin embargo, los participantes de esa festividad, al darse cuenta de la presencia de ellos, los capturan y les entregan a las autoridades. Eso en una època contemporánea, porque además cuenta historias de la lucha por las tierras de épocas pasadas entre hacendados y campesinos; y la historia de Mateo Pumacahua, quien como fantasma expía sus culpas. De esta manera, Rosas Paravicino nos da a entender que la violencia no es de ahora: es de antaño. En la presente entrevista, que el autor ha concedido amablemente por vía internet, habla de la narrativa de la violencia política y de su novela.


La guerra interna ha dejado profundas huellas en los peruanos. ¿Cuál es su testimonio con respecto a ello?

Igual que otros miles de peruanos fui testigo del cruento proceso de la guerra. Detenciones, torturas y asesinatos comenzaron a ensombrecer el panorama nacional a partir de la década del ochenta. El gobierno expidió la ley de la apología del terrorismo, con la que se acallaba la conciencia crítica de la ciudadanía. A pesar de ello, algunos escritores dimos a conocer temprano nuestros textos con relación a la violencia creciente. En 1986 Julio Ortega publicó “Adiós Ayacucho”, Luis Nieto Degregori al año siguiente, “Harta cerveza, harta bala”, yo publiqué en 1988 “Al filo del rayo”, Dante Castro ganó en 1987 el segundo puesto del Copé de cuento con “Ñakay pacha”. Tuvimos el coraje de jugarnos el pellejo en un período de abierta represión brutal. Nuestro testimonio queda en la palabra hecha denuncia e indignación, justo cuando aquel baño de sangre se tornaba incontrolable y las hienas rondaban en torno de los cadáveres.


Este asunto de la guerra interna, ¿cómo incide en el quehacer novelístico actualmente?


La guerra interna ha marcado a fuego vivo nuestra cultura en las últimas décadas. Y como parte de ello, la creación literaria, más específicamente la novelística, por su condición de género totalizador refleja y procesa de varias maneras el ciclo violento que la sociedad peruana vivió a fines del siglo XX. Siempre un novelista aspira a comprender e interpretar su época. En ese afán, extrae la savia de su creación de la mata misma de los sucesos de su tiempo. Si la psiquis colectiva está tatuada de tragedia y dolor, es lógico que la novela peruana esté al nivel de ese estado de ánimo. Rosa Cuchillo, Abril rojo, La hora azul, Retablo, La niña de nuestros ojos, entre otras, son evidencias de que hay una nueva ruta avanzada en el género. Aunque ciertamente el número de novelas es mayor. Mark Cox anotaba que hasta el año 2008 había 68 novelas publicadas alrededor del conflicto bélico interno.

¿Qué autores cree que han trabajado mejor la temática de la guerra interna?

Aún es temprano para efectuar un balance definitivo, pero a título personal me quedo con los aportes de Oscar Colchado, Dante Castro Arrasco, Luis Nieto Degregori, Julio Ortega, Alonso Cueto, Miguel Arribasplata, Eduardo Huarag y Santiago Roncagliolo, entre otros.

¿Cómo han influido los sucesos de la guerra interna en su quehacer literario?

De manera abrupta y definitoria; particularmente las masacres de Accomarca, Uchuraccay, Lucanamarca y otros episodios similares que se dieron en los años ochenta. La sangrienta fuga de los presos del penal de Ayacucho es otro suceso que anuncia el cambio de rumbo de la guerra. En ese contexto, no tenía mayor sentido que un escritor de marcada sensibilidad social, haga lírica personal o abstracciones metafísicas. Había que acatar el ritmo duro de la época, procesar el dolor colectivo y, desde la instancia de la palabra, contribuir con la imaginación y el talento para que termine el desangre nacional, para darle un registro estético (de una estética cruel) al más grande genocidio que se dio en nuestra historia republicana. Sólo así nuestra palabra tendría valor ético, social y testimonial.

En su novela El gran señor los subversivos se infiltran en el santuario, entre la gente con fervor religioso, incluso asesinan ahí. Se profana lo sagrado. ¿Los subversivos son herejes desde esta perspectiva? ¿Se ha visto situaciones parecidas en la realidad?

Responderé a esta pregunta con un caso real. En mi calidad de peregrino de la festividad de Qoyllurit’i del Cusco, vi una vez que dos jóvenes danzaban indistintamente en las comparsas de bailarines de Ocongate y Paucartambo. Ambos eran alumnos míos en la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco. Los conocía desde hacía varios semestres como radicales activistas de la izquierda legal. Sin embargo, más adelante me enteré que ambos terminaron enrolándose en las filas de Sendero Luminoso. Aquí participarían de atentados sangrientos, con secuelas trágicas hasta la vez que la policía desbarató al comando sedicioso y capturó a sus componentes. Una tarde, los presentó a todos en conferencia de prensa y allí estaban los dos danzantes del santuario. Más que simples herejes, ambos habían derivado en militantes de un proyecto político que anunciaba barrer el sistema para, sobre sus escombros, construir otro tipo de sociedad. Este caso nos demuestra que, en los Andes, no hay mayor divorcio entre la práctica religiosa popular y la opción política violenta.

En varias novelas, los ronderos aparecen como delincuentes. Su personaje, el comandante Huaroto, no se libra de esta descripción.

La guerra interna también engendró hijos de una particular tipología moral. Tanto en el bando subversivo como entre las llamadas fuerzas del orden se dieron casos de individuos con un perfil psicológico que rayaba en la simple perpetración de delitos. Aquí es pertinente retrotraer la figura del denominado comandante Huayhuaco, un personaje de la vida real, vinculado al narcotráfico, dueño de un prontuario policial deleznable, pero que cuando su territorio se ve afectado por la presencia de los sediciosos, él se alía con el ejército y se convierte en un cabecilla antisubversivo importante. Lo paradójico es que el Estado que representa a la legalidad, termina asociándose con un jefe mafioso requisitoriado por el poder judicial. En mi novela El gran señor yo invento un personaje análogo: el Comandante Huaroto que viene a ser un Huayhuaco operando en la región sur, un sujeto sin bandera ni principios, capaz de cometer cualquier vesania, bajo el paraguas de su alianza con los militares. No sé si me salió bien, pero ahí está.

La historia oficial presenta a Mateo Pumacahua como un héroe. Usted no. Este personaje paga sus culpas en su condición de fantasma.

Pumacahua representa al sujeto histórico controvertido. En noviembre de 1780 el destino le dio la oportunidad de involucrarse en el proyecto político de Túpac Amaru (su par en términos de casta y autoridad), pero él prefirió unirse a los españoles, para combatir la sublevación de Túpac Amaru. Su actuación en aquella guerra fue decisiva para el triunfo de los realistas. Tres décadas después, ya sofocada la rebelión y luego de ocupar altos cargos burocráticos, Pumacahua siente que de nuevo la guerra toca su puerta. Esta vez son los criollos del Cusco que se han sublevado contra el rey de España. Le proponen la jefatura del ejército alzado y Pumacahua les acepta, acaso remordido por el genocidio que perpetró en el conflicto anterior. No calculó el tamaño de la nueva aventura. Tras una difícil campaña militar fue derrotado en la batalla de Umachiri y luego fusilado en la plaza de Sicuani, como traidor al rey. En la novela lo presento como un condenado (fantasma) que debe penar de los siglos por los siglos entre los picachos de los Andes. Sufre de un remordimiento profundo por sus actos en vida y sus recuerdos se focalizan en el Cusco, allí donde gozó del poder y la fortuna.

Con la presencia de Pumacahua y las luchas por la tierra que usted narra en su novela, ¿podemos decir que la violencia no se inicia en 1980, sino que nuestra historia está llena de eso?

En efecto, la violencia social tiene una data antigua en el Perú. Este es el país de las grandes sublevaciones y masacres. Partamos únicamente de la época colonial. Manco Inca en 1536 libra una guerra sangrienta en su afán de aniquilar a los usurpadores españoles. Juan Santos Atahualpa en 1742 levanta a las etnias amazónicas en contra del poder hispano instalado en Lima. Túpac Amaru, en 1781, libra la gesta libertaria más tenaz y heroica, con una secuela de 100 mil muertos. Si analizamos estos hechos y los comparamos con las sublevaciones indígenas de la era republicana, vamos a ver que el denominador común de todos es el mismo: la lucha por el derecho a la dignidad, la justicia, la cultura, la autodeterminación, la identidad y la tierra. A la luz de estos acontecimientos, la guerra de 1980 no es sino la prolongación de una historia, como la del Perú, que está escrita más por el lado del borrador que por la punta del lápiz. Ahora bien, tampoco la reciente derrota de Sendero Luminoso nos garantiza un futuro promisorio de paz y bienestar. Mientras continúe la situación de exclusión, pobreza, inequidad, corrupción e injusticia, siempre tendremos en el horizonte la probabilidad de un nuevo conflicto interno. Debemos aprender de la historia si ciertamente queremos construir un Estado/Nación que represente a todos.

Siete truenos, siete días, en que Isolda consigue liberar a Alberto, siete subversivos, siete pabluchas. ¿Alguna simbología?

Sí; un intento de elaborar una cábala andina, similar a la cábala judía donde el número clave es el tres.

Finalmente ¿qué proyectos tiene como escritor?

Varios. Siempre en el género narrativo y con temas que tienen que ver con los procesos sociales e históricos del país. Por ahora no quisiera puntualizar sobre algún proyecto en especial. Primero que nazca la criatura para luego especificar los pormenores de su existencia. Gracias.
FUENTE:http://literaturayguerra.blogspot.com/2010/12/entrevista-enrique-rosas-paravicino.html

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